Explosión cultural

La octava edición de la Corrida de la Insurgencia resultó una experiencia sensorial más allá de lo que puede ofrecer cualquier espectáculo cultural, artístico o deportivo. En esta columna hemos seguido cada una de las ediciones: las primeras, en San Miguel de Allende, y las más recientes, en la centenaria Plaza de Toros San Marcos de la capital hidrocálida. Todas han sido especiales, con el orgullo de nuestra identidad e historia, con el sentimiento de llevar a México en la piel a través de sus tradiciones e idiosincrasia.
La semana pasada anunciábamos la tarde, el cartel y la experiencia musical. Me quedé corto. Los casi tres mil espectadores que llenaron los tendidos no solo adquirieron su boleto, sino que además, en un gesto altruista común dentro del público taurino —y raro en los sectores prohibicionistas— contribuyeron con la causa benéfica. El DIF Estatal recibirá íntegros los beneficios recaudados, destinados a apoyar a niños y personas mayores.
La tarde, que se convirtió en noche, fue mágica. Se lidió un encierro bien presentado de Santa Inés, hierro local, propiedad del también hidrocálido Isaac García, partícipe de una velada inolvidable. Diego Sánchez cortó una oreja a su primero y mostró tesón con su segundo y con el de regalo. El triunfador de la Insurgencia 2024, Héctor Gutiérrez, esta vez no tuvo fortuna en el sorteo. Toreó por nota a su segundo con el capote: imponentes verónicas en los medios, suaves, disminuyendo la velocidad de la embestida ante los vuelos de la tela; arte, cadencia, elegancia y torería. El toro se apagó y el de regalo dijo poco.
La noche, sin embargo, fue para Antonio Ferrera. Al primero, un buen toro, le cortó una oreja. Anduvo inspirado, aunque nada comparable con lo que aguardaba en el cuarto de la tarde.
Ya habíamos gozado, en el preámbulo, de la interpretación de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, que ofreció piezas de Agustín Lara. Durante el despeje de banderas sonó la Fanfarria de Allende, obra del maestro Román Revueltas, quien también brilló durante la velada. En las faenas de muleta se escucharon interpretaciones magistrales: Los toreadores de Georges Bizet; el vals Voces de Primavera de Johann Strauss en el abre plaza; El lago de los cisnes de Chaikovski en el segundo toro; El Danubio azul de Strauss en el tercero; y, en el intermedio, la Marcha Radetzky, también de Strauss.
Cuando salió el cuarto, ya entrada la noche hidrocálida, Ferrera —de verde y oro a la usanza insurgente, con el Águila Imperial bordada en la espalda— se inspiró desde el recibo con su capa verde botella de seda, en lances con reminiscencias del Pana. Tomó los palos y el capote para poner él mismo al toro, y cuajó tres pares de banderillas. Brindó su actuación a un distinguido médico local que, en la subasta benéfica celebrada la semana previa, había ganado el honor de recibir un brindis. Nadie imaginó que sería en una de las mejores faenas y momentos vividos en la Plaza San Marcos.
Para esta obra, el maestro Revueltas eligió Nessun Dorma de Giacomo Puccini, interpretada magistralmente por el tenor mexicano Kassem Liévanos. Entonces comenzó la magia: Ferrera toreó con temple y quietud, confiando en la nobleza del toro y en plena conexión espiritual con las potentes notas de Liévanos, que supo ajustar su interpretación al compás de la embestida del noble astado de Santa Inés. Difícil poner en palabras lo que todos sentimos: nos elevamos como el toro alado que el maestro Rafael Sánchez de Icaza creó para ilustrar el ruedo aquella noche.
Bravura Azul, nombre del toro y de la obra pictórica, embistió con la suavidad y potencia de las notas soñadas por Puccini, quien jamás habría imaginado que su composición flotaría en el placer auditivo, visual y emocional de una faena taurina. Los tempos de la música se enlazaron con el toreo de muñecas rotas: temple, valor y bravura de los protagonistas. Desde lo alto, Revueltas y Liévanos llenaban los sentidos al ritmo de la lidia. Magia, cultura, emoción, devoción, tradición, mexicanidad y orgullo de ser taurinos. Una faena de unión musical, pictórica y taurina. Se alinearon los astros: surgió el milagro del instante efímero y eterno. Vacío en el alma, pleno el espíritu, rebosante el corazón.
Ferrera mató de una estocada recibiendo, a la distancia, con todo a favor del toro. Tuvo el valor de aguantar, templar y entregarse en la cruz, ofreciendo el pecho dispuesto a morir. Solemne la muerte del bravo astado, honor de arrastre lento y su nombre ya grabado en la historia del toreo. Orejas y rabo para Ferrera, vuelta al ruedo con el ganadero y sus hijos.
Misión cumplida: altruismo, cultura y tradición. Libertad de ser quienes somos, sin complejos ni imposiciones. El toreo tiene todo para mantenerse vivo.

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