El peligro oculto de ser siempre optimista

Generalmente asociamos el optimismo con el éxito, la felicidad y los buenos resultados. Y en efecto, una actitud positiva es indispensable para superar retos. Sin embargo, como todo en exceso es malo, la psicología organizacional habla de la “tiranía del optimismo”; se trata de una paradoja en la que la “obligación” de ser positivos dificulta ver problemas reales hasta que es demasiado tarde.
La “tiranía del optimismo” ocurre cuando en los equipos de trabajo se impone culturalmente la necesidad de mantener siempre una buena actitud. Esta presión podría sofocar cualquier expresión de duda o crítica y generar una ilusión de consenso. El riesgo aparece cuando esa armonía aparente impide anticipar o enfrentar descalabros. En otras palabras, cuando todos deben sonreír, nadie se anima a decir que algo va mal.
Una consecuencia directa de esta positividad forzada es la pérdida de seguridad psicológica dentro del equipo. Las personas dejan de señalar equivocaciones o mostrar inquietudes por miedo a ser vistas como conflictivas. En apariencia todo va bien, hasta que las fallas acumuladas salen a la luz. Es como el hospital que reporta cero errores porque no se atreven a reconocerlos, hasta que un incidente revela la dura realidad.
Además, un ambiente así suprime el desacuerdo constructivo y favorece el pensamiento grupal. Esto puede llevar a decisiones erróneas, como ocurrió en la crisis financiera de 2008, cuando el optimismo compartido bloqueó señales de alerta evidentes. También afecta la creatividad: si todo parece perfecto, nadie cuestiona ni propone alternativas. Sin crítica, no hay innovación ni mejora.
Para evitar esta trampa, existen herramientas útiles, como rotar la función de “abogado del diablo” entre los integrantes del equipo para procurar un pensamiento de oposición. También, contar con mecanismos seguros para expresar preocupaciones, como canales anónimos o sesiones dedicadas a evaluar riesgos. Los “pre-mortems” ayudan: imaginar por adelantado qué podría fallar permite prepararse mejor.
Los líderes juegan un papel fundamental. Modelar humildad, admitir errores y pedir retroalimentación honesta fortalece la cultura del equipo. Recompensar la divergencia y separar las ideas de las personas también genera un entorno más sano y productivo.
En definitiva, el verdadero optimismo no es el que niega los problemas, sino el que permite enfrentarlos a tiempo. Equilibrar entusiasmo y realismo es clave para un alto rendimiento sostenible. Ver las rocas en el camino no significa abandonar la ruta, sino trazarla con inteligencia.
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