Halagos, la nueva moneda de los líderes europeos en la política hacia Trump

En el encuentro de esta semana entre Donald Trump y los presidentes y primeros ministros europeos que acompañaron a Volodímir Zelenski a Washington, el micrófono del mandatario anfitrión se quedó abierto y se oyó cuando le dijo a Emmanuel Macron: “Putin quiere llegar a un acuerdo, y lo hace por mí”.
Para los visitantes se confirmaba que la estrategia del autócrata ruso es la eficaz para seducir a Trump: halagarlo de manera teatral, exagerada, empalagosa. Él lo cree.
El columnista de The New York Times Thomas Friedman escribió, a propósito de ello, que después de una reunión con Putin, el enviado del presidente de Estados Unidos, Steve Witkoff, dijo en una entrevista que Trump se había formado una excelente impresión del presidente de Rusia.
Putin, comentó Witkoff, le mandó a Trump un cuadro hecho por el principal pintor ruso vivo, a manera de regalo. El cuadro era el retrato del rostro de Trump.
Y Putin le contó a Witkoff que cuando vio la imagen de Trump con el rostro ensangrentado cuando le dispararon en un mitin de campaña, fue a la iglesia a ver al párroco y, con él, rezaron y dieron gracias a Dios por haber protegido al candidato republicano. No rezaba por el expresidente y posible presidente otra vez, sino que oraba por su amigo Donald Trump.
Witkoff, enviado de Trump a frenar la invasión rusa a Ucrania, expresó que el presidente quedó profundamente conmovido por las oraciones de su “amigo” Vladímir y, por supuesto, con el cuadro.
Aquí en Europa, en estos meses recientes, la diplomacia hacia Washington gira de un mismo recurso: los halagos a Trump.
Los argumentos son desplazados por la adulación para tener al presidente de Estados Unidos del lado de sus intereses.
El 24 de junio, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, le envió un mensaje privado que Trump difundió con singular entusiasmo: “Vas a lograr algo que ningún presidente estadounidense en décadas pudo lograr. Europa va a pagar a lo grande… y será tu victoria.”
Pocos días después lo llamó “daddy” (papi).
Trump agradeció directamente: “El hecho de que hayas manifestado tu compromiso con las garantías, eso es un enorme paso, muchas gracias por ello.”
Ursula von der Leyen, que preside el Ejecutivo de la Unión Europea, cambió el tono hacia Trump, lo halagó sin ninguna base real, con tono deferente: “Es muy bueno escuchar que trabajamos en conjunto por la seguridad.”
Y festejó el “gran acuerdo” con “Donald” en que se ponían aranceles de 15% a los productos de la Unión Europea que entren a Estados Unidos, además de comprar 600 mil millones de dólares en mercancías made in USA.
Hace unos días el canciller alemán, Friedrich Merz, señaló tras un encuentro con Trump: “La buena noticia es que Estados Unidos está dispuesto a participar en las garantías de seguridad y no dejarlo todo a los europeos.”
La italiana Giorgia Meloni fue más allá y optó por un halago frontal: “Algo ha cambiado, gracias a usted.”
Keir Starmer, primer ministro del Reino Unido, agradeció su “liderazgo diplomático” este mes, y escuchó, a cambio, de Trump: “(Starmer) es una muy buena persona.”
El finlandés Alexander Stubb buscó conexión a través del golf. Trump lo llamó “un muy buen jugador”, y Stubb respondió: “es la única persona que puede mediar una paz.”
La prensa europea ha definido a esta sucesión de gestos como una “ofensiva del encanto” y una “diplomacia del halago”.
En Yucatán le llamarían lisa y llanamente “cultivo”.
Prácticamente todos los líderes de este continente, incluido Zelenski, que en la rueda de prensa en la Casa Blanca lo halagó una docena de veces en menos de cinco minutos, han optado por inflar el ego de Trump antes que arriesgarse a un choque con el empleo de argumentos.
Así es que la seguridad de Europa y el futuro de Ucrania han sido atados a la vanidad de un solo hombre, al margen de principios y de tratados internacionales.

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