Carlos Scheel: ¿Cómo educar cuando las máquinas lo saben todo?

En 2016, Eric Schmidt —entonces CEO de Google— realizó una competencia que marcó un parteaguas en la historia de la inteligencia artificial (IA): el sistema AlphaGo, desarrollado por DeepMind, venció al campeón mundial del milenario juego chino Go, Lee Sedol.
En una de las partidas, AlphaGo realizó un movimiento inédito que dejó sorprendidos a los grandes maestros. No se trataba de una jugada preentrenada o programada, era una decisión autónoma, aprendida a partir de millones de iteraciones. Se trataba de agentes inteligentes que no sólo aprenden, sino que actúan como sistemas autónomos en entornos complejos.
Desde entonces, el avance ha sido vertiginoso. Hoy se consolidan dos grandes paradigmas de la IA: la inteligencia artificial generativa (IAG), médula de los modelos GPT comerciales, capaz de crear contenido original a partir de patrones preexistentes; y la inteligencia artificial general (AGI), cuyo objetivo es replicar la capacidad humana de resolver problemas, adaptarse a contextos nuevos, aprender de la experiencia, y tomar decisiones complejas sin intervención humana directa.
Con estos avances, puede llegar el momento en que los agentes de AGI (AgIn) puedan realizar cualquier tarea cognitiva humana, como razonar, resolver problemas, aprender, entender lenguaje natural, aplicar sentido común, entre otras cosas, y adaptarse a nuevas situaciones sin entrenamiento específico, auto aprendiendo por si solos.
Esto nos induce a pensar: ¿Cómo afectan estos avances a los sistemas educativos? ¿Llegará el día cuando quien ofrezca un servicio de enseñanza/aprendizaje (E/A) sea un AgIn autónomo, sabio, sensible, que sustituya al humano? ¿Quién escogerá los contenidos?
Hoy, prácticamente todas las actividades del proceso de (E/A) que ya están automatizadas, y las que requieren más contacto humano, poco a poco van a transformarse para ser apoyadas por (AgIn).
¿Quién ofrecerá este servicio? El sector público quiere educar para homogenizar y controlar a la sociedad. Las instituciones privadas quieren educar para lograr una población productiva, pero queda la incógnita: ¿quién educará a los ciudadanos conscientes, informados, que razonen, para lograr un bienestar social y ambiental común?
Veamos la situación desde una perspectiva más amplia. La educación de una nación está en manos del Estado, los maestros, las familias, la comunidad, y del ciudadano, a través de escuelas, universidades, organizaciones sociales, iglesias, medios de comunicación, empresas, entre otras entidades, las cuales forman parte de un sistema educativo que hoy depende más de las “tecnologías digitales” para su operación, que de administradores humanos.
A la juventud y al profesional de hoy, les tocará enfrentar un mundo en donde prácticamente la mayoría de los oficios serán “sustituidos” por agentes inteligentes auto conectados de IGA, que pueden personalizar experiencias, proporcionar tutoreo y con capacidad de adaptarse a las condiciones externas, automatizar la evaluación y retroalimentación, simular situaciones extremas, proponer casos reales, y emigrarlos a cualquier lugar del planeta, redefiniendo así notablemente los procesos de (E/A) que actualmente existen.
La sustitución de empleos, que dependerá mucho de las empresas tecnológicas que administran sofisticadas plataformas, creará una dependencia muy peligrosa de la “oligarquía tecno-digital”, y que controlarán en forma muy eficiente la enseñanza, los contenidos, y quizás pronto todo el sistema educativo.
Y ¿quién, o qué pondrá los límites a la administración del “conocimiento”? Los tecnoptimistas desarrolladores del software creen que pueden resolver todo problema; como dijo Bill Gates: “… presénteme un problema y le buscaré una tecnología para solucionarlo…”. Y la realidad es que entre más aprendan las maquinas, más hardware (centros de datos) y energía se requerirán.
Sólo en los EE. UU. se requerirán 90 gigawats adicionales, generados a partir de fuentes limpias, lo cual representa un 20% de incremento a la demanda actual, sólo para mantener los nuevos centros. Esto será insostenible y, quizás, sea lo que detenga este desbordado crecimiento.
Creo que el futuro de la educación será híbrido. El gran reto será enseñar a cohabitar con las máquinas, desarrollando en los seres humanos las capacidades necesarias para formar criterios propios en una sociedad saturada de información falsa o sesgada.
También será crucial abordar la creciente brecha entre quienes tienen acceso a la era tecno-digital y los cientos de millones que aún permanecen excluidos de ella.
La educación corre el riesgo de volverse cada vez más elitista, dependiendo más de la tecnología que de la esencia y las necesidades profundas del ser humano.
En ese camino, podríamos perder habilidades fundamentales como la capacidad de relacionarnos auténticamente, observar con una visión integral, empatizar para comprender y decidir con ética. También se debilitaría la conexión con las tradiciones, la naturaleza y la sabiduría cultural, que nutren la creación de juicios con profundidad emocional y creatividad, rasgos que definen nuestra humanidad.
Este será el gran dilema de quienes tienen la responsabilidad de educar para el futuro: ¿deberíamos enfocarnos en entrenar cada vez más a las máquinas para que resuelvan los grandes desafíos del mundo y, con ello, mejorar nuestra calidad de vida, aunque a costa de vivir bajo un mayor control?
¿O deberíamos, en cambio, educar de forma distinta a los seres humanos, para que aprendan a convivir con la tecnología, controlar su desarrollo y, juntos, evitar que nos supere?
Sólo así podremos aspirar a construir un futuro más justo, equitativo y respetuoso con los demás y con la naturaleza.
El autor es profesor Emérito de EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey.
Contacto: cscheel@tec.mx

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