Historia
Mañana, martes 5 de noviembre, se decidirá el futuro del mundo, pero también de México. Lo primero, en la elección presidencial de Estados Unidos; lo nuestro, en la votación de la Suprema Corte con respecto a la ponencia presentada por el ministro González Alcántara.
En Estados Unidos la elección parece estar cerrada, aunque algunos expertos creen que hay un fenómeno de “manada” entre las casas encuestadoras, que en las dos elecciones pasadas subestimaron a Trump y ahora, por corregir, podrían estarlo sobreestimando. Lo sabremos en unas horas. En opinión de esta columna, Trump es un peligro para el mundo, por su cercanía con Putin (de quien creo es un “activo”), que lo ha llevado a asegurar que abandonará a Ucrania y muy posiblemente destruirá la OTAN. Lo es también por su amistad con Netanyahu, que ha convertido la justa defensa de Israel en su instrumento para no dejar el poder y, en asociación con sectores ortodoxos, regresar a la idea de ocupar todo el territorio.
En el momento actual, cuando las alianzas entre Rusia, Irán, China y Corea del Norte nos han llevado a dos frentes abiertos (tres, si contamos el Sahel), lo menos que necesita el mundo es a Trump dirigiendo los destinos estadounidenses. También es claro que Trump desprecia la democracia, y ya intentó destruirla el 6 de enero de 2021. Ahora, con menos contrapesos cercanos, y con evidente deterioro mental, es mucho más peligroso.
Pero eso lo decidirán los estadounidenses, y no nos queda sino esperar. Ojalá ellos tomen más en serio su futuro de lo que hicieron los mexicanos, que hace cinco meses dejaron pasar la oportunidad de frenar un fenómeno similar en México. Era claro que el presidente saliente estaba destruyendo la democracia, y había que enfrentarlo. Fallaron los partidos en la movilización y cuidado de los votos, fallaron los votantes, y con la traición de un puñado de consejeros electorales, magistrados y legisladores, ahora tenemos una fuerza política hegemónica ilegítima que busca destruir también la legalidad.
Es evidente para cualquiera que no esté cegado por el fanatismo o el interés que la reforma judicial que impulsa esa fuerza hegemónica no sólo no ayudará en nada a la justicia en México, sino que provocará un caos en la impartición de justicia en el corto plazo, una permanente debilidad del Poder Judicial, y el fin de cualquier atisbo de imparcialidad. Por definición, la parcialidad de una elección no puede significar imparcialidad en la aplicación de la ley.
El ministro González Alcántara, supongo que de manera cercana a los otros siete ministros que han anunciado su renuncia, ha propuesto eliminar partes de la reforma que van contra la lógica (la elección de jueces), contra los derechos humanos (jueces sin rostro) o contra la vigencia de la ley (despidos). Le abre la puerta a un mal arreglo: Suprema Corte, Tribunal Electoral y la nueva Inquisición, podrían mantener ese proceso de selección que, en el fondo, es una designación disfrazada de poder popular.
Si mañana martes efectivamente los ocho ministros aprueban el proyecto, Legislativo y Ejecutivo tendrán que aceptarlo. Ahí nos enteraremos si el mal arreglo fue superior al buen pleito. La negativa de esos dos poderes llevaría al fin de la legalidad en la que se sostienen los poderes ilegítimos: una crisis constitucional en pleno.
Muchos esperan que, en Estados Unidos, un triunfo de Harris sea impugnado por Trump, y tal vez seguido de enfrentamientos abiertos. Muchos esperan que el Legislativo y el Ejecutivo en México desaprovechen la oportunidad que les da el Poder Judicial. Es decir que podríamos atestiguar el caos en esta misma semana.
Pero hay también la posibilidad de que mañana mismo inicie el fin de los energúmenos. Veremos.
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