Un peligro endemoniado
¿Y si Kamala Harris y Donald Trump empatan el próximo 5 de noviembre? Suena descabellado. No ha sucedido en 200 años de historia estadounidense, no desde que la Cámara de Representantes le arrebatara en 1824 la presidencia a Andrew Jackson -ganador del voto popular, pero empatado en el Colegio Electoral- y eligió a su contrincante, John Quincy Adams, lo que provocó una reacción populista masiva que transformó la política de la joven república. Y, sin embargo, ahora es un resultado plenamente plausible una vez más, ante el escenario potencial de que ninguno de los candidatos llegue a ese umbral requerido de los 270 votos electorales y queden 269-269, gracias a la tormenta perfecta de una contienda muy cerrada, por un lado, y al envite del Partido Republicano, por el otro, en un estado en el que nadie repara y que como tal, pesa poco en el Colegio Electoral. Pero si ese escenario cuaja, las consecuencias podrían ser más existenciales de lo que fueron en 1824.
Me explico. Nebraska y Maine son los únicos dos estados del país que no utilizan un sistema en el que el ganador se lleva todos los votos electorales con los que cuenta cada entidad. En el caso de Nebraska, un estado rural, conservador y bastión republicano en el Colegio Electoral y que cuenta con un total de cinco votos electorales, el ganador del voto popular obtiene dos votos electorales, pero luego el ganador de cada una de las tres circunscripciones electorales que hay en el estado obtiene uno adicional por cada una de éstas en las que triunfe. Típica y confiablemente en cada ciclo electoral, el distrito que abarca la ciudad de Omaha y su zona metropolitana se decanta por la candidatura presidencial demócrata en turno (y esta vez no es la excepción, con las proyecciones de la intención de voto ahí a favor de Harris), otorgándole siempre a ese partido un voto electoral. Sin embargo, el GOP en Nebraska ha venido pugnando por la eliminación de ese sistema, esfuerzo al que se han sumado en la última semana con ahínco Trump, su equipo de campaña y varios senadores del partido. De prosperar esa presión para convencer a la legislatura unicameral del estado para que ponga fin a su práctica de dividir los votos electorales, Trump de facto obtendría un voto electoral más en noviembre dado el perfil conservador del estado y de golpe cerraría la principal hoja de ruta de Harris de llegar a los 270 votos, abonando a la incertidumbre y a lo disputada que estará la elección.
Ese escenario no solo complica el rompecabezas demócrata para alcanzar la victoria en el Colegio Electoral vía la retención de Michigan, Pensilvania y Wisconsin, que es hoy por hoy la estrategia medular de campaña de Harris, es decir, su Plan A; sin ese voto electoral de Nebraska, Harris se ve obligada, además de defender a toda costa Nevada, a volver a ganar, como lo hizo Biden en 2020, en Georgia o Arizona (que se están inclinando por Trump), o en su defecto arrebatarle Carolina del Norte (empatado en las encuestas) al GOP. Tal y como están las proyecciones más plausibles acerca de cómo podría acabar el balance en el Colegio Electoral la noche del 5 de noviembre, el escenario problemático y peligroso de ese potencial empate en votos electorales se profundizaría con el agravante tóxico de un candidato republicano que ya desconoció el resultado de 2020 y que ahora hará muy predeciblemente lo mismo ante una derrota, indistintamente del margen por el que ésta sea.
El dilema de Harris se agudiza además porque Maine, el otro estado -este dominado tradicionalmente por demócratas- que divide sus votos electorales (otorga dos de sus cuatro votos electorales al ganador del estado y un voto por cada uno de los dos distritos electorales, de los cuales habitualmente uno, por ser zona rural, vota republicano), ya no tendría tiempo, en función de sus plazos legislativos internos, para contrarrestar -si es que prospera- esa movida republicana en Nebraska, poniendo fin a su propio sistema de repartición del voto electoral y equilibrar así la pérdida de un voto electoral en Nebraska.
¿Qué sucede si hay un empate en el Colegio Electoral? Se da paso a lo que se llama “elección contingente”. Según la Doceava Enmienda a la Constitución, promulgada precisamente a raíz de esa controvertida elección de 1824, si ningún candidato obtiene la mayoría de los votos del Colegio Electoral, la nueva Cámara de Representantes, instaurada cada 3 de enero, elige el 6 de enero -inmediatamente después de que el Congreso se reúne para contar y certificar los votos electorales- al presidente, mientras que el Senado elige al vicepresidente. Pero aquí viene la vuelta de tornillo: en lugar de votar cada legislador individualmente, son las delegaciones estatales en la Cámara de Representantes las que emitirían un voto por estado -determinado por el partido que tiene más escaños en cada bloque estatal- y una mayoría simple, 26 votos de las delegaciones estatales, designaría al nuevo presidente. Si las delegaciones estatales en la Cámara no eligieran a un presidente antes del día de la toma de posesión, el nuevo vicepresidente elegido por el Senado se convertiría en presidente pro-tempore. Y si el Senado no hubiera elegido a un vicepresidente antes del 20 de enero, el plan de sucesión presidencial de esa misma enmienda entraría en vigor transitoriamente: el primero en el orden de precedencia después del vicepresidente sería el presidente de la Cámara, y en esta legislatura, un republicano.
Hoy por hoy, el GOP tiene la mayoría -y por ende la presidencia- en la Cámara, y cuenta con la mayoría en 26 delegaciones estatales en ese recinto; los demócratas controlan 22 y otras dos están empatadas. El Senado lo controlan los demócratas. Indistintamente de si Harris o Trump se llevan la Casa Blanca, las proyecciones en este momento apuntan a que a partir de noviembre podríamos tener mayorías estrechas demócrata en la Cámara y Republicana en el Senado (es decir, un escenario inverso al imperante en este momento), lo cual podría apuntar a una trayectoria poselectoral peligrosa y volátil.
Un sistema democrático que ya no responde a la voluntad de la mayoría en el país, y con un minoría dispuesta a todo, podría muy bien quebrarse. En dos ocasiones (2004 y 2016) en los últimos 25 años, el candidato presidencial del GOP ha perdido el voto popular para ganar en el Colegio Electoral, donde los estados rurales con poca población, predominantemente republicanos, le dan de arranque a ese partido una ventaja electoral estructural default en el Colegio Electoral en cada ciclo electoral presidencial. Pero ahora, 200 años después de ese escenario similar que sacudió al experimento democrático estadounidense, con un país brutalmente divido y tribalizado, con una contienda electoral que seguirá previsiblemente muy cerrada hasta el día de los comicios, con un expresidente y un partido sicofante que han hecho de la patraña de la elección robada en 2020 y de una probable impugnación de ésta su razón de ser, con 120 armas de fuego en manos de particulares por cada 100 habitantes y con un candidato pirómano dispuesto a usar un lanzallamas, EU podría encontrarse en el filo de un precipicio.
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