Exprimir a los votantes
Desde siempre, los candidatos estadounidenses han buscado el contacto directo con los electores. En el siglo XIX, acostumbraban ir a buscarlos, a sus hogares, a los centros de trabajo y hasta a las tabernas (sólo votaban los varones). Los domingos iban a la salida de los templos o a los parques. Con el tiempo, lo hicieron más organizado: avisaban la hora y ponían un tablado. A estos encuentros se les llama, desde entonces, mitin (de meeting).
Con el crecimiento de la población se hizo imposible que los aspirantes se reunieran personalmente con miles de votantes. Se pensó que los medios de comunicación masiva podrían sustituir esa presencia, pero no fue así. Los ciudadanos quieren ver y escuchar a quien los quiere gobernar.
En la segunda mitad del siglo pasado, con el auge de los consultores políticos, se concentró todo el esfuerzo en la televisión. Pronto se dieron cuenta de que no era suficiente.
Por eso, se busca el contacto personal, con grandes reuniones o por vía postal o telefónica. Un tiempo fueron muy efectivas las cartas personalizadas. Los receptores hasta las enmarcaban. Cuando descubrieron que las firmaba una máquina les dejaron de impresionar.
Hasta Kamala Harris y Donald Trump le dedican algunas horas a la semana a hacer visitas domiciliarias y llamadas telefónicas.
Miles de voluntarios van de casa en casa, persuadiendo a los ciudadanos de que le serían benéficas las propuestas de su candidato y, más importante, que él tiene un genuino interés de obtener su apoyo.
Estas visitas se denominan ‘sacar el voto’ (get out the vote) y suelen repetirse, ya sea para resolver dudas concretas manifestadas en la primera entrevista, o para asegurar que el convencido ya recibió su boleta y no se ha arrepentido. A estas visitas posteriores se les llama ‘exprimir el voto’ (squeeze the vote).
Perros y gatos
El secreto para que esos esfuerzos tengan éxito es la personalización, es decir, encontrar algún tema en el que el votante pueda identificarse con el candidato.
Cuando Bill Clinton era gobernador de Arkansas, su pequeña hija Chelsea encontró un gato al que llamó Socks. A Hillary, su mamá, no le gustaban los animales y ya tenía que soportar a Buddy, el perro de Bill. Por más que trató de cambiarle el gato por diversos regalos, Chelsea no aceptó.
Socks se volvió celebre porque aparecía de repente en las conferencias de prensa de Bill. Hillary empezó a recibir cartas de personas amantes de los gatos y se dio cuenta del potencial electoral que eso tenía. En la campaña presidencial de 1992, Buddy y Socks hicieron oportunas apariciones cuando estallaron escándalos que afectaban a Bill.
Ya instalados en la Casa Blanca, Socks fue declarado first cat y tenía su propia página web. Las cartas que le enviaban los niños fueron recopiladas en un libro y se publicó otro llamado Socks va a Washington. El representante Dan Burton, presidente de la comisión de Supervisión del gobierno, cuestionó que se gastaran así los fondos públicos.
En la campaña de reelección de 1996, Hillary envió fotos de ella con Socks a los miembros de varias asociaciones de dueños de gatos y en dos entrevistas contó las travesuras del minino y lo mucho que lo quería. Pero eso sí, como Chelsea se había ido a estudiar a Stanford, el día que Bill dejó la mansión presidencial, se lo regaló a su secretaria Betty Currie.
Cuando buscó la candidatura presidencial en 2008 y luego en 2016, Hillary patrocinó una revista de gatos, con una entrevista a ella, que los voluntarios de su campaña entregaban cuando en la casa que visitaban veían un michi.
En la actual campaña presidencial, hay infinidad de grupos temáticos en las redes sociales intentando asociar a los candidatos con grupos específicos.
Trump es muy popular con los mineros, los pequeños agricultores, los policías, los veteranos, los agentes de bienes raíces, los evangélicos provida, los que defienden el derecho a tener armas de fuego, los que apoyan la exploración espacial, los motociclistas y los creyentes en variadas conspiraciones.
Kamala le es simpática a los meseros y cocineros hispanos, a los penalistas, a las enfermeras de cuidados intensivos, a los de ascendencia hindú o jamaiquina, a los que practican yoga, a los que promueven los derechos reproductivos, a los egresados de universidades en las que predominan los negros y a los swifties.
Estas membresías son tan determinantes del voto como la afiliación partidista.
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