La apuesta por convertir al continente en el más competitivo del mundo

El encuentro del pasado viernes en la ciudad de Washington entre el presidente Biden con jefes de estado de Canadá, ocho presidentes de América Latina y la canciller de México, reiteró el interés estadounidense de convertir a la región en la más competitiva económicamente del mundo. El encuentro estaba programado desde hace tiempo: la creación de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (APEP, por sus siglas en inglés) había sido una idea de Biden, presentada en la Cumbre de las Américas en Los Ángeles el año pasado. Pero en medio del estallido de la guerra entre Israel y Hamás, y con el conflicto en Ucrania en plena ebullición, su celebración representó un gesto de apoyo de Washington a América Latina y una respuesta a las quejas de que la región ha quedado en un segundo plano en las prioridades de política exterior de Estados Unidos.
En realidad, Estados Unidos se encuentra en una crisis de credibilidad a nivel global dado su apoyo a guerras que lo están desgastando y alentando conflictos que, en vez de consolidar su liderazgo, lo están mermando como es el caso de la guerra de Ucrania y el conflicto de la franja de Gaza, en donde se han cometido masacres que ninguna de las potencias globales ha impedido. Se podría decir que su poder moral se ha debilitado. En la región latinoamericana el tratamiento que Estados Unidos ha dado a la migración ha mostrado su debilidad estructural y su incapacidad para plantear un esquema migratorio congruente con la competitividad global.
En realidad se requiere de una estrategia amplia por parte de Estados Unidos ya que trata los problemas como en estancos separados, ya que su interés por establecer un foro permanente para impulsar la competitividad regional y movilizar la inversión de alto nivel en el hemisferio, así como atajar las causas de los flujos migratorios en la región, requiere del armado de un complejo rompecabezas en donde sin lugar a dudas se establezcan grandes proyectos de infraestructura en la región, que permitan interconectar los mercados regionales. Esto lleva tiempo en realizarse, construir una carretera de Patagonia a México, es una tarea difícil, pero sería la oportunidad de interconectar mercados regionales fragmentados, una red de infraestructura carretera-ferroviaria, permitiría interrelacionar los mercados de una América Latina, que aunque se percibe con rasgos comunes, las distancias entre las economías se alejan cada vez más.
En que se equivoca el gobierno Biden por delante del discurso, requiere poner un financiamiento para lograr las interrelaciones, parece que la miopía se ha apoderado de Washington, al gobierno de Truman le tocó asumir la reconstrucción europea, para lo que lanzaron el plan Marshall, en ese entonces era reconstruir una geografía fragmentada para poder dar lugar a mercados integrados. El gobierno estadounidense debe voltear la mirada hacia América Latina y darse cuenta de la fragmentación y falta de conectividad de los mercados, su poder de convocatoria puede motivar a las fuerzas políticas dentro de Estados Unidos a acometer la tarea de la coprosperidad, que sólo puede lograrse con mercados interconectados, tal como lo está acometiendo China con el sudeste asiático y con su proyecto de la ruta de la seda.
Las instituciones de financiamiento de Estados Unidos requieren modernizarse para movilizar la inversión de alto nivel en el hemisferio, asimismo requiere modernizar al Banco Mundial y al Banco Interamericano, sirvieron para otras épocas, hoy se necesita competir con instituciones flexibles que sean capaces de responder a los retos de un hemisferio que lo que se está jugando es su subsistencia ante el cambio climático; sobrevivir para ser competitivos requiere un rediseño de estrategias que sean capaces de conectar los mercados y a la vez generar inversiones de energías limpias que atajen el cambio climático. Sólo una magna estrategia es la que podrá dar contenido a las palabras con las que cerraba el presidente Biden su alocución en la reunión: “aumentar las oportunidades y reducir la desigualdad; encauzar el increíble potencial económico de las Américas; y hacer del hemisferio occidental la región más competitiva económicamente en la región. Creo que es algo que está totalmente a nuestro alcance”. Las expectativas son grandes; sin embargo, requieren de un cambio de estrategia hemisférica, que dé cabida a un rediseño estratégico de coprosperidad hemisférica.

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