La odisea
Para nadie, por estas fechas, es desconocido que Andrés Manuel López Obrador tiene la necesidad existencial de trascender como el mejor presidente que haya tenido México. Objetivamente hablando, hasta este momento de avanzado el sexenio, no lo será, si a resultados nos atenemos. Pero objetivamente hablando desde la definición de éxito que se ha impuesto a sí mismo, va muy bien, con altos índices de popularidad, donde la forma como reprueba en casi todas las políticas públicas no lo ha contaminado. Su carisma y legitimidad tienen potencia, pero sin duda alguna que la construcción de la narrativa en las mañaneras es la razón de estar en el pináculo de las percepciones positivas.
Su presencia dominante en la arena pública y las mañaneras desaparecerá cuando entregue la banda presidencial y la popularidad de la que hoy goza empezará a desvanecerse. Es sabio el refrán español de “ojos que no ven, corazón que no siente”. López Obrador lo sabe. Necesita trascender el sexenio aunque no esté sentado en la silla presidencial.
Nos ha dado pruebas políticas contundentes: escogió aspirantes a la candidatura presidencial, administró los destapes, reguló los tiempos de sus campañas, estableció el método de selección de candidato y fijó la fecha para ungirlo. Ya puso los temas de campaña y el programa que deberá seguir para consolidar su cuarta transformación. Si no lo hace, para eso metió en la Constitución la revocación de mandado. Pero no es suficiente.
López Obrador necesita continuar la narrativa. Y desde este año se pusieron manos a la obra. En diciembre pasado, Beatriz Gutiérrez Müller, la esposa del Presidente, integró un equipo de aproximadamente 20 personas para que, coordinado por ella, escriba un libro de memorias de López Obrador, que serán incorporadas en los libros de texto gratuitos, como parte de la narrativa transexenal que se entregará etiquetada a quien lo suceda, que equiparará en alcance a la cuatroté con la Independencia, la Reforma y la Revolución. Muchos ya han escrito sobre lo ambicioso, y absurdo por cuanto a alcance, de compararse con aquellos momentos que cambiaron la historia nacional, pero lejos de minar en el ánimo del Presidente, lo estimula.
No se conoce aún el capitulado, pero tampoco será una sorpresa. Todas las mañanas lo repite: cómo ha enfrentado la corrupción, cómo la ha desterrado de su gobierno, es un tema central; cómo ha quitado privilegios y ha beneficiado a los pobres, es otro; cómo construyó un país auténticamente democrático y destruyó instituciones de segunda generación democrática que dice que son rémoras; no va a faltar tampoco el capítulo dedicado a los medios de comunicación y periodistas, donde podría uno imaginarse como parte de su odisea que volverá a compararse con Francisco I. Madero, para decir que nunca ningún presidente había sido tan atacado, desde entonces, como él. Y cómo venció.
La idea de las memorias es una más refinada a lo que originalmente quería el Presidente cuando nombró a Delfina Gómez como secretaria de Educación, que era incorporar a los libros de texto gratuito la lucha que dice haber emprendido contra la corrupción y contra la desigualdad social, que querían ubicar en el contexto de los logros para que quienes lo lean comprendan la magnitud del alcance de la cuatroté en la historia de México. Esto no va a ser posible, una vez más, de acuerdo con los resultados. Visto cuantitativamente, por enfocarnos en esos dos temas, hay más personas en el entorno del Presidente metidos en escándalos de corrupción que en cualquier gobierno anterior, y la desigualdad ha crecido, no reducido, con un crecimiento en el número de pobres extremos comparado con los que había en 2018.
La realidad no le da para contar su odisea, pero la narrativa es lo que al final perdura. La apuesta de López Obrador tampoco es novedosa. Su gobierno se ha centrado en la propaganda. Sin embargo, hay de propaganda a propaganda. La que desarrolló el PRI, por ejemplo, fue generalmente ineficaz por poco creíble y por la falta de una figura que evangelizara con manipulaciones. La de López Obrador es todo lo contrario: muy efectiva y le da un enorme poder para tomar decisiones y ser aceptada por una buena parte de la población, a la cual logra influir a través de manipulaciones psicológicas. No es casual que los principales apoyos que tiene López Obrador se encuentren entre la población de menor nivel educativo, al estar ampliamente probado que entre mayor la educación, mayor el escepticismo a planteamientos dogmáticos que carecen de evidencia.
Pero la propaganda de López Obrador es finita: el último día de septiembre, si es que realiza una mañanera en el último día hábil de su sexenio. A partir de ahí se quedará sin el escenario de Palacio Nacional y los recursos de su gobierno para magnificar, a través del sistema de radio y televisión público, su narrativa. De ahí viene la parte estratégica transexenal con la elaboración de las memorias que permitan apuntalar lo que llaman en el entorno del Presidente “la trascendencia” de su transformación.
De esto, la historia nos cuenta otros casos. El “pequeño libro rojo” de Mao Zedong tenía citas del chairman chino que fue catecismo para la Revolución Cultural. Muamar Gadafi tenía su “libro verde”, que le daba cuerpo político, económico y social al Jamahiriya, que significa el Estado de las masas, que fue utilizado como Constitución en Libia. En otro ámbito muy diferente, Jackeline Kennedy, en medio del duelo por el asesinato de John F. Kennedy, concedió una larga entrevista al historiador William Manchester que se publicó en la revista Look, y más adelante se volvió libro, de donde surgió el mito de los “mil días de Camelot”, que hizo idílico el truncado mandato del presidente.
La narrativa es algo que muchos han buscado para perpetuarse. Algunos lo logran, como Kennedy, gracias a su esposa, y otros fracasan por la inviabilidad de sus proyectos, como Gadafi. La apuesta de la memoria de López Obrador es eso, una apuesta, que sólo el tiempo mostrará si su narrativa perduró o fracasó.
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