AMLO y Morena nos llevan al pasado
Fue un viaje al pasado y una ominosa advertencia de lo que podría ser el futuro.
Hablo de lo ocurrido en la madrugada del sábado en la vieja casona de Xicoténcatl, en la que sesionó la mayoría del Senado.
Solo estuvieron presentes los senadores de Morena y sus aliados.
Fue una sesión en la que se aprobaron 20 reformas, algunas de ellas constitucionales.
Se aprobó una cada 10 minutos, de manera unánime, sin discusión y al menos en un caso, con una abierta falta de quorum… que no importó.
Afuera, terminaba el concierto de Rosalía y los capitalinos estaban felices. Adentro, los legisladores acataron sin chistar las instrucciones del Jefe Máximo.
Los senadores morenistas y sus aliados, así como las “cuatro corcholatas” de Morena, habían sido convocados previamente por el presidente López Obrador a Palacio Nacional.
De ese encuentro surgieron dos instrucciones: aprobar los temas pendientes y evitar las divisiones de Morena en el proceso de sucesión presidencial.
Entre las muchas reformas aprobadas, salió adelante la de la Ley Minera, con lo cual se pone en riesgo serio el futuro de esta actividad. También se aprobaron diversas reformas que fortalecen la presencia de las Fuerzas Armadas en la actividad económica especialmente en el ámbito del transporte.
Le dieron luz verde incluso a reformas constitucionales, como la reducción de la edad mínima para ser diputado o secretario del gabinete.
Para ver algo como lo que sucedió en el Senado la madrugada del sábado, es decir, un Senado en el cual solamente hubiera senadores de un solo color, habría que remontarse hasta el año de 1976. Desde la creación del PRI en 1946 hasta ese año, todos los senadores fueron del PRI.
En 1976 llegó por primera vez un senador de otro partido, Jorge Cruickshank García, del Partido Popular Socialista (PPS), partido aliado del PRI. Hubo que esperar hasta el año 1988 para que realmente la oposición pisara por primera ocasión la Cámara de Senadores. Fueron cuatro líderes del PRD: Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Roberto Robles Garnica, y Cristóbal Arias, los primeros que llevaron una voz disidente al Senado.
Y hubo que esperar hasta el año de 1994 para tener una composición del Senado con mayor pluralidad, aunque aún con una abrumadora mayoría: 95 del PRI; 25 del PAN y 8 del PRD.
Y fue en el año 2000, hace apenas 23 años, cuando ya no hubo un partido que tuviera mayoría absoluta: eran 60 del PRI; 46 del PAN; 15 del PRD; 5 del PVEM; 1 de Convergencia y 1 del PT.
El tener un Senado integrado por diversos partidos y en el que la negociación era obligada, fue una de las expresiones más evidentes de la modernización política de México y del establecimiento de la democracia en nuestro país.
Por esa razón, lo que ocurrió el sábado en la madrugada quizás sea la más clara expresión del viaje al pasado, de un retroceso democrático, como no se ha visto en México en muchos años.
La otra expresión de este cambio, fue el papel del presidente de la República.
El poder de Andrés Manuel López Obrador quedó de manifiesto.
Cuando percibía una división entre sus huestes, llamó a todos a cuentas a Palacio Nacional y entre sonrisas y anécdotas, les leyó la cartilla.
Dejó perfectamente claro: “el que manda soy yo”.
El estilo de dar la instrucción de sacar adelante las reformas es quizás una premonición de la forma en la cual se procederá en la decisión de designar a su sucesor.
Con la convicción de que Morena ganará la elección y controlará la mayoría del Congreso, el presidente de la República, con el estilo mostrado la noche del viernes, ha dejado claro que él es el único que tiene verdaderamente el poder para tomar las decisiones importantes en la 4T, a la cual por cierto ya instruyó para que desaparezca el INAI.
Si alguien no está de acuerdo con eso, pues más vale que vaya preparando su salida del movimiento.
Para la Oposición, que trató inútilmente de bloquear la sesión, la lección fue clara.
O se ponen inmediatamente las pilas y organizan, ya, la alianza para definir a su candidato a la presidencia, o no tendrán ni la más mínima oportunidad de competir en las elecciones del 2024.
Fue un viaje al pasado que se instala de nuevo en el presente y que amenaza con convertirse en el futuro.
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