Los tres viajeros de Tucupido
Asesor en Agon Economía Derecho Estrategia, Consejero MUCD
A finales de noviembre, Banamex hizo un evento por los 70 años del Premio Banamex de Economía, en el Centro. De vuelta, caminé sobre Madero para regresar a mi departamento en la Colonia Guerrero. Me detuve en un lugar donde venden pizza por rebanada, y se me acercaron dos muchachos con acento del Caribe. Me explicaron que llevaban días viajando y que no tenían qué comer. Les pedí que me esperaran, y cambié mi orden de rebanada de pizza por una pizza completa con refresco, y nos sentamos a comer en el local y platicar. Los muchachos me pidieron que con mi celular, le escribiera a un tercero que estaba cerca para que él también pudiera comer algo.
Uno, abogado; el otro, albañil; el tercero, cocinero, artesano, vendedor. Gastón, Pepe, y Boris, les diremos. No tenían dónde quedarse. Se quedaron varados en la Ciudad de México camino a la frontera, y pensaban que era posible que por el Título 42 de los Estados Unidos, no pudieran cruzar la frontera.
Del título 42 yo sabía poco o nada; pero sí sabía lo que significa estar con poco dinero en una ciudad desconocida. Mi familia normalmente está en Puebla, y tenía espacio en el departamento de la Guerrero, así que los invité a quedarse unos días.
Una de las cosas que les preocupaba era solicitar asilo en México, y que luego no los dejaran cruzar a los Estados Unidos. Realmente, creo que su preocupación era infundada. Les sugerí que pidieran asilo, y les ayudé a conseguir las direcciones de los lugares donde tendrían que hacerlo. No lo hicieron.
Me llamó mucho la atención que el menos avispado de los tres era Gastón, el abogado. Ser perito en las leyes de un país como la República Boliviariana de Venezuela, es como ser perito en Narnia o doctor en zoroastrismo. Gastón estaba muy inclinado a pensar en cosas poco prácticas, como la metafísica, el origen del cristianismo o las conspiraciones globales. Sin embargo, desde que llegó a la casa, tomó una escoba y un recogedor y barría cada par de horas. Él y el albañil, Pepe, acabaron regresando a Venezuela en un avión que el gobierno de ese país tiene para retornar venezolanos que decidan repatriarse.
Los tres ya llevaban años migrando. Gastón en Chile; Pepe y Boris en Colombia, donde este último tenía una hija y un matrimonio fallido. Había estado trabajando en la cocina de un restaurante en Medellín, pero decidió que había que irse. Llevaba cuentas de lo que le había costado su aventura por tierra, desde la Antioquia colombiana hasta Panamá, cruzando el Darién, Centroamérica y México. El número exacto se me escapa, pero hablamos de unos dos mil dólares. Le pregunté que si no hubiera sido mejor tomar un avión a Estados Unidos o Canadá y pedir asilo. Me explicó que conseguir un pasaporte en Venezuela no es trivial. Es algo que puede tomar un par de años, y que requiere sobornos de unos 800 dólares.
Los muchachos, un poco mayores que mis hijos, no tenían nada. Les regalé ropa, comida, una colchoneta. Se quedaron una semana conmigo, en la cual encontraron trabajo en Coyoacán con un haitiano que estaba poniendo un negocio allá. El haitiano no les dio más de uno o dos días de trabajo, entonces buscaron más. Alguien los puso a acondicionar y pintar un local, y cuando terminaron, no les pagó. Ya no estaban en mi casa, pero supe.
Ya les perdí la pista. Seguramente Boris no quiso regresar. Probándose ropa, vi que tenía el torso lleno de cicatrices. Me contó que todas eran heridas de bala, recibidas en un tiroteo en su natal Tucupido a los 14 años. Cuando él cumplió 17, le mataron a balazos a un hermano un poco mayor. Por eso, a los 18 años, decidió que tenía que irse de ahí.
Un día, cuando ya no estén los bolivarianos, tendré que visitar Tucupido, la patria chica de mis amigos venezolanos; al igual que visitaré La Habana cuando ya no estén los comunistas; ni un minuto antes.
Sí, el Estado mexicano es responsable de los 39 muertos de Juárez, pero también los mexicanos nos hemos hecho responsables de otros miles que tienen que huir. Sí, la policía migratoria mexicana del INM es inhumana y debería desaparecer; y sí, la política migratoria de los estadounidenses es un desastre. Pero la verdadera causa de esta crisis humanitaria son gobiernos como el de Venezuela, cleptocracias militares autoritarias que no dejan esperanza a nadie en sus países. Es preferible la ayuda de Estados Unidos para construir una Latinoamérica de instituciones libres, que para absorber a los desamparados de países donde la caquistocracia lo destruyó todo.
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