Superpeso, finanzas públicas y naturaleza de la crisis
Universidad Iberoamericana de Puebla y Universidad de Guadalajara
Sigue la discusión respecto de por qué el peso está tan fuerte, si la deuda ha aumentado o no a niveles preocupantes, y si habrá o no crisis de fin de sexenio, tal como mi generación se acostumbró a vivir y sufrir entre los años 70 y 90.
Con relación al superpeso, cuyo nivel depende de la oferta y demanda de dólares y las expectativas de su valor a corto plazo, cada vez está más claro que la abundancia de dólares lo hacen más barato: la abundancia proviene del crecimiento de la economía norteamericana (que impulsa las exportaciones de bienes y servicios), la recuperación del turismo después del Covid, y los flujos de las remesas desde el extranjero. Estos tres factores han aumentado notablemente la disponibilidad de dólares en el mercado cambiario.
Por el lado de la demanda de los billetes verdes, el lento crecimiento de la economía nacional mantiene algunas de nuestras importaciones relativamente bajas (aunque un superpeso va en sentido contrario pues abarata las importaciones), y la elevada tasa de interés para detener la inflación contrasta con los rendimientos de los ahorros en México respecto del resto del mundo. Es decir, la gente prefiere tener altos rendimientos de sus ahorros en pesos, con la expectativa de que en el corto plazo el peso se mantendrá estable. No hay quien le corra a un rendimiento de Cetes arriba del 10 por ciento mientras que fuera del país apenas se puede conseguir un 2.0 por ciento. Claro, siempre que el peso no se devalúe.
Esto depende en buena medida de lo que haga el gobierno con sus finanzas públicas. En las crisis de 1976, 1982 y 1994 hubo exceso de gasto, déficits públicos elevados y endeudamiento externo que, con un sistema de tipo de cambio fijo, provocó una sangría de dólares que finalmente terminó con una devaluación del peso. No queremos ni acordarnos. Hoy parece no ser el caso.
En este gobierno los déficits han sido relativamente pequeños, gracias a las reducciones draconianas de los gastos gubernamentales: desabasto de medicinas y servicios médicos, desmantelamiento del aparato gubernamental, falta de mantenimiento de carreteras, puentes, metro de la CdMx, y otros servicios e infraestructura, reducción de programas educativos y de apoyo a las mujeres (guarderías, escuelas de tiempo completo, etc.), combate al cambio climático y protección de la calidad del aire, agua y suelos, y un larguísimo etcétera. Por su lado, los ingresos públicos han aumentado ligeramente a pesar del bajo crecimiento económico, en buena medida por el trabajo del SAT (a veces aplicando instrumentos como la UIF, amenazas diversas, auditorías interminables, etc.) y por los precios del petróleo, que los han incrementado 1.4 puntos del PIB entre 2018 y 2021. El resultado es que los déficits gubernamentales han sido relativamente bajos (2.0 a 3.0 por ciento del PIB, nada que ver con los periodos de Echeverría y López Portillo), y por tanto el incremento de la deuda ha sido relativamente bajo. Eso no quiere decir que no haya aumentado, de hecho, ha crecido 5.9 puntos del PIB en este gobierno, pero dado el relativo bajo nivel de endeudamiento a nivel internacional, los mercados perciben que por ahí no hay problema. Incluso los focos rojos de Pemex y CFE son minimizados por las calificadoras crediticias porque ya quedó claro que serán 100 porciento% respaldadas por el gobierno mexicano. Es decir, en los hechos ya absorbimos la deuda de Pemex todos los mexicanos y eso les gusta a los acreedores.
Si no habrá crisis del dólar y de las finanzas públicas al finalizar el sexenio, ¿qué nos preocupa? Nos preocupa que por no devaluar en un contexto internacional volátil (un objetivo explícito del presidente), los servicios públicos sean cada vez más deficientes, la salud de los mexicanos sea cada vez más precaria, se pierdan generaciones de estudiantes por el deterioro del sistema educativo y las pérdidas de aprendizaje acumuladas. Nos preocupa la inseguridad, la extorsión y los feminicidios a los que no se ve fin. Nos preocupa que, para sostenerse, el presidente acumule todo el poder, viole la ley sin rubor y presione a la Suprema Corte y al INE sin tregua con el fin de realizar una elección de Estado sin obstáculos. Nos preocupa que, ante una crisis, las Fuerzas Armadas pudieran respaldar al presidente antes que la Constitución. Nos preocupa que de percibirse inestabilidad política grave por la situación electoral o cualquier otra razón, la gente y los políticos del gobierno reaccionen como lo han hecho en otras ocasiones: salvar su pellejo sin importar el país, y en ello, quitarle los alfileres de los que México está colgado.
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