Aquí arranca un aplauso para nuestros servidores públicos
A lo largo de 2022, desde mi responsabilidad en México Evalúa y en lo personal, tuve contacto con servidores públicos de distintas áreas y en distintos niveles. Solemos juzgarlos por un conjunto de resultados, pero no los miramos en lo individual y menos aún tenemos mecanismos para reconocer a los que son sobresalientes. Sin embargo, en el transcurrir de este año que concluye tuvimos múltiples contactos con ellos. En el sector justicia, particularmente. Quisimos, de hecho, que una de nuestras publicaciones emblema, y uno de nuestros actos de presentación más importantes, estuvieran dedicados a ellos, los servidores públicos, los operadores que dan lo mejor de sí.
El arco narrativo que quisimos presentar se resumía en esto: el Estado mexicano se debilita a sí mismo al olvidar a sus operadores. A los que generan bienes públicos sin los cuales ninguna sociedad puede funcionar. A los que le dan razón de ser a un gobierno. No hay enemigos de afuera; es desde adentro y a partir de iniciativas del propio presidente de la República que se atenta contra ellos, al invisibilizarlos, al recortarles recursos, limitar sus posibilidades de ascender y profesionalizarse. Los dejan a la intemperie. Porque en la versión sobresimplificada de las cosas que sostiene el presidente, esto no es importante.
Quizá en el futuro podamos recoger de una manera sistemática y con método los testimonios de estos funcionarios. Defensores públicos, por ejemplo, que llevan cientos de casos al año y aún estando estructuralmente abrumados y limitados, hacen su trabajo y logran éxitos, aunque no como los podrían obtener si hubiera suficiencia de recursos y se reconociera su papel central en el Estado de derecho. Lo mismo sucede con asesores victimales, que son los más castigados en la cadena de la justicia, pero cuyas intervenciones pueden hacer toda la diferencia en algunos procesos. Para garantizar a las víctimas que se sigue un debido proceso y que pueden contribuir en la investigación criminal.
Me puedo seguir así hasta el infinito. Me conmueven particularmente los relatos de policías municipales encargados de la generación de estadística e inteligencia en su corporación que toman clases a distancia, pagadas con sus propios recursos, para aprender a construir bases de datos. O los que compran o reparan sus equipos de cómputo con sus escuetos salarios. Yo rindo un homenaje a todos ellos y les expreso mi profunda gratitud. Además, son ellos unos de los destinatarios más importantes de nuestro trabajo, y quienes a su vez nutren y hacen posible lo que hacemos.
En Estados Unidos existe una asociación que reconoce a sus mejores funcionarios públicos. Fue creada, justamente, por un funcionario, que además combinaba su pasión por el servicio público con buenas dosis de visión empresarial, al provenir de una familia dedicada a los negocios. Su nombre es Samuel Heyman, y creó la Asociación para el Servicio Público (Partership for Public Service). Entre las muchas actividades que realiza me gusta particularmente la entrega de la medalla al servicio de los Estados Unidos. Me encantaría que en este país pudieramos hacer algo similar. Lo digo porque de alguna manera tenemos que dar más dignidad a quienes se dedican al servicio público y lo hacen muy bien. Estoy segura de que en el transcurso de la emergencia sanitaria hubo personal de la salud que arriesgó su vida. Y de que, a pesar de que no fueron considerados en la primera línea de la vacunación, no cejaron en su trabajo. Me imagino una ceremonia en la que pudiéramos reconocerlos y aplaudirles mucho.
La Asociación para el Servicio Público tiene distintas categorías de galardones. Uno de ellos se otorga al ‘funcionario público del año’. Para 2022 se le otorgó a Anthony Fauci, por su trayectoria en el Instituto Nacional de Salud de aquel país y su papel en el manejo de la pandemia. Pero también hay galardones para largas carreras dentro de la administración pública, así como a los jóvenes que innovan, entre otros. El proceso consiste en nominaciones que son procesadas por un Comité de selección de lo más plural, compuesto, en parte, por usuarios de los servicios que estos funcionarios proveen.
(Abro un paréntesis ahora que el servicio profesional del INE está en riesgo: yo nominaría a los profesionales en hacer elecciones, a los que renuevan mi credencial de elector. Me siento muy bien atendida por ellos.)
Otras de las actividades de tal Asociación consiste en hacer un ranking de los mejores lugares para trabajar, tal como se hace en el ámbito de las empresas privadas o de lo que se llama el tercer sector. También sostiene un Centro para la Transición Presidencial. Ahí se da asesoría a quien entrega y quien recibe durante los cambios de gobierno, para que el proceso sea lo más profesional posible.
Algo tendremos que hacer nosotros para levantar la moral de nuestros servidores públicos. Estoy clara que de aplausos no se vive, pero sí podría ser el comienzo de la reconstrucción de su imagen, de su para qué y de lo imprescindibles que resultan en algunos campos. Sería también una buena manera de reconciliarlos, de recuperar la confianza en ellos y de comenzar la ruta a su reconstrucción.
Concluyo dándole las gracias a todos los funcionarios con los que mis colegas y yo hemos interactuado este año. No los puedo llamar por su nombre porque necesitaría media edición del periódico que me publica estas líneas. Pero ellos saben quiénes son. Gracias de corazón.
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