¿De verdad matan muchos periodistas en México?
Al 31 de julio en México se habían registrado, este año, 15 mil 458 homicidios dolosos, un promedio diario de 72.8. Si sumamos las 24 jornadas transcurridas en agosto, hasta ayer la cifra de asesinatos en 2022 alcanzaría los 17 mil 207 (https://www.elfinanciero.com.mx/nacional/2022/08/02/julio-segundo-mes-con-mas-homicidios-en-2022/).
Quince de esos delitos fueron contra periodistas, el más reciente esta semana en contra del guerrerense Fredid Román.
¿Son muchos los periodistas asesinados en México? Abordemos esa interrogante con algo más con que somos, sí, uno de los países más letales para las y los reporteros, y que matar periodistas es particularmente grave pues va en detrimento de la dinámica informativa de una comunidad.
Quizá los periodistas estamos haciendo un ruido equivocado en cada ocasión en que es ultimado uno de los nuestros.
Digo lo anterior porque incluso en los casos de este año que más nos conmovieron como gremio –las muertes con una semana de diferencia de Lourdes Maldonado y Margarito Martínez en Tijuana–, a la hora de la manifestación que se convocó en la Secretaría de Gobernación no acudieron ni un millar de personas, y éramos básicamente gente del medio; la ciudadanía brilló por su ausencia. Lo mismo se puede decir de otras protestas ese mismo día en diferentes puntos del país.
Las muertes de los periodistas, en términos generales, conmueven poco a una sociedad que ve cada día caer a otros setenta y tantos ciudadanos de otras profesiones y ocupaciones: ¿cuántos médicas y médicos han matado en México este año?, ¿cuántos albañiles?, ¿cuántas jóvenes?, ¿cuántas amas de casa, cuántos estudiantes, cuántos profesores, cuántas ejecutivas, cuántas defensoras de derechos humanos y activistas, cuántos defensores de bienes comunales han sido asesinados en 2022?
Es decir, la sociedad ve que hacemos alharaca de unos poquititititos casos frente al tsunami de muertes que le rodea.
Y, por cierto, la sociedad sabe que actuamos con doble moral: los periódicos con más tiraje compiten por mostrar en sus portadas las muertes más morbosas –no pocas de ellas derivadas de asesinatos– con titulares “creativos” que trivializan, y revictimizan, a los fallecidos. ¿Explotamos esas muertes y luego pedimos solidaridad si el muerto era reportero? Ello aplica a las redes sociales y a la TV: remember Debanhi. Tantita congruencia.
Y cabe decir que la prensa ni siquiera ha mostrado que su actuar sirva para hacer menos frecuentes esos asesinatos: matan a periodista, los periodistas destacan (lamentan, denuncian, condenan, reclaman, etcétera) esa muerte… y ni con esa visibilidad mediática las ejecuciones se detienen. O sea, nuestras coberturas son llamadas a misa.
¿Nos dejan solos porque hacemos malas (superficiales y efímeras) coberturas de esos homicidios, porque la prensa “nacional” apenas si dedica recursos a investigar casos locales, porque en realidad ni a nosotros nos duelen (cedemos al: “no te adelantes, qué tal que andaba en malos pasos”). Periodistas que permiten la ley de la selva contra periodistas.
¿Qué nos dice que somos de los países más letales para la prensa cuando esos asesinatos son sustancialmente contra colegas de regiones fuera de las tres grandes metrópolis?
El gobierno además gana el debate. Palacio Nacional sabe que si anuncia pronto la detención de algunos autores materiales de esas muertes, entonces la prensa ve que actúa, que “no hay impunidad”. ¿Qué pensará la sociedad de que nos den ese trato privilegiado?
En México se mata con altísima impunidad, a periodistas y sobre todo a no periodistas. Y al no hacer coberturas periodísticas valiosas sobre lo que se pierde con todas esas muertes, con todas, la prensa abona a la impunidad generalizada. En una de ésas, me temo, hasta son pocos los periodistas asesinados al año.
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